martes, 24 de abril de 2012

La oreja: a petición de la nariz

El señor Evgeni Shovoliov era un sencillo aprendiz de maestro. Trabajaba mucho e intentaba siempre sonreir a sus estudiantes. Era atento con las damas, cortés y amable con los señores y señoritos jóvenes pupilos. No se cansaba nunca de repetir, de escuchar las pronunciaciones, de corregirlas una y otra vez, de enseñar la tan necesaria gramática a sus numerosos alumnos. Vamos, que tenía todas las cualidades posibles para llegar a ser un gran profesor e incluso, con las amistades oportunas, llegar a ser catedrático de universidad.
Nuestro joven aprendiz vivía modestamente en un pequeño oscuro apartamento de Moscú, cerca del centro. Necesitaba andar mucho para llegar a tiempo a su trabajo, una pequeña oficina que regentaba un antiguo rico general oportunamente casado con una rica dama petersburgesa. El general era un hombre muy culto, leía, se decía que incluso llegaba a la cifra astronómica de los 3 libros al año. Una cifra que no llegaba a comprender muy bien nuestro aprendiz, pues él, sin ningún esfuerzo llegaba a los 20. Debían de ser libros muy cultos, y, seguramente de una temática de Estado, difíciles de comprender por el pueblo común, como él, se decía a veces durante sus largas caminatas. Era un hombre culto sin duda, el general, así lo retificaban sus amistades más cercanas. No así, las malas lenguas, que afirmaban que era un inculto redomado, que había nacido con la flor en el culo, como se dice entre el populacho. Afirmación que confirmaba aún más la poca veracidad de las calumnias. Pues si fueran verdad éstas, sin duda, estaráin hechas en verso, como corresponde a la alta sociedad.
Pero no perdamos el hilo. Nuestro gallardo aprendiz trabajaba de sol a sol escuchando hasta la saciedad sus estudiantes de la alta sociedad. Cuando terminaba las clases a penas podía hablar y su humor, simpre correcto, se transformaba por espacio de unos minutos en irascible y agrio. En estos momentos evitaba a toda costa el contacto con la gente y por eso se encerraba en su aula esperando que pasara. Luego se iba tan contento a su bar favorito para conversar con sus compañeros de penas y oficio. No todos eran profesores, algunos eran poetas, otros científicos e incluso, por raro que nos pueda parecer había filósofos, sí, por raro que nos parezca en verdad existen.
Como todos los días, nuestro Evgeni llegó a casa un poco borracho y lleno de nuevas y grandes ideas. Ideas que apenas podáin caber en su pequeña habitación. Sin ponerse el pijama se estiró en la cama y no tardó en quedarse completamente dormido. Tuvo un placentero sueño, de esos que se recuerdan e incluso se comentan a los amigos. Una enorme sonrisa dibujaba su cara.
Se levantó lentamente poniendo los libros dentro de su bolsa de cuero arrugado y desgastado por el uso y sin apenas peinarse se detuvo delante del pequeño espejo que colgaba justo al lado de la puerta de salida.
Unos loargos pelos colgaban de su frente tapando la mitad de su cara y el resto como asustados se levantaban por toda su cabeza sin ton ni son. Parecía más un herizo que un joven. Se peinó como pudo mojando sus manos con un poco de agua, aplastando, más que peinando sus negros pelos.
Algo raro notó en la imagen que reflejaba el espejo. No sabía qué era, pero notaba alguna cosa que no estaba en su sitio, o no, que no estaba, simplemente algo faltaba en esa imagen. Se tocó rápidamente la nariz, infulencia sin duda del relato que hacía poco había leído. Se tranquilizó, no, no era eso. Sea lo que fuera decidió que no tenía tiempo que perder y salió corriendo a la calle, donde el bullicio ya hacía un rato que había empezado. Los carros llenaban las calles, cargados de productos del campo. Los tendederos se gritaban unos a otros hablando de las últimas medidas del govierno o de algún chimorreo interesante. Si aquél descubrió a su mujer con otro, si el otro era un desconocido o no...se quejaban de los precios de las cosas...comentaban la ropa de alguna dama que se paseaba ya a esas horas por la calle... En fin.
Por poco al cruzar la calle nos quedamos sin protagonista de nuestra história. Un carro pasó a apenas a un palmo del aprendiz. Por suerte escuchó los gritos del cochero justo cuando este giró un poco la cabeza, pudiendo evitar el choque desigual. El carro siguió su curso perdiéndose entre la gente envuelto de palabras malsonantes que no dejaba de producir el maloliente conductor.
Respiró hondo y continuó más atento su recorrido. Tenía la sensación que escuchaba las conversaciones a medias, pero se decía que esto era debido al susto anterior y a que su cabeza, ese día, se encontraba en las nubes. Siguió su camino algo asustado, escuchando a medias las señoras que pasaban por la calle, hablando de tel o cual vecina, de alguna joven que pasaba en aquél momento por el otro lado de la calle, colocándose las manos un poco encima de la boca, como si la palabra pudiera salir demasiado fuerte de su boca importunando los demás peatones.
Hacia un buen día. El sol lucía y sólo unas pocas nubes perezosas se deslizaban por el cielo, tiñendo de sombras algunas de las casas del barrio. Los viejos se sentaban en sus sitios de siempre, apoyando sus débiles cuerpos sobre las viejas sillas que no dejaban de crujir, imitando a su manera su propietario. Algunos jóvenes se despedian de sus amadas des de la calle, saltando como ciervecillos de un lado a otro. Sin duda estarían sonriendo todo el día.

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